Hace un tiempo me pregunte que era lo que yo mas temía, cuales eran mis miedos mas profundos. Luego de descartar por universales la vejez, el dolor y la muerte, me quedé con el más escogido de mis miedos: Tengo miedo de los que tienen miedo.
Porque los que temen a los ladrones suelen tener feroces perros entrenados con hambre, látigo y cadenas; pero sucede que algunos transeúntes, o sus hijos, o algunos vecinos, solemos tener un olor que no entienden o no les agrada.
Porque gustan de tener pistolas y revólveres de todo calibre o amenazantes escopetas debajo de la almohada o encima de los armarios, esperando por un niño o un idiota que los descargue.
Porque los que se aterrorizan pensando que sus hijos, o tal vez ellos mismos, se pueden volver homosexuales, negros, judíos, ateos, árabes, pobres u obesos, suelen salir a la calle portando pensamientos tan irracionales como sus miedos y no dudan en descargarlos sobre cualquier propietario de estigma reconocido por la sociedad.
Porque a los que temen a la libertad ajena, y sobre todo a la propia, es habitual verlos repartiendo hipocresías, en forma de panfletos escritos u orales, apelando al buen sentido de las autoridades para que los protejan de la educación sexual, del divorcio, de los casamientos homosexuales, de los grupos de rock, de los limpiavidrios, de los piqueteros, de los comunistas, de los besos públicos y de los actos privados que miran por TV o escuchan detrás de las puertas, de internet, de las preguntas incomodas y de las respuestas indiscretas, de los que escriben con la mano izquierda y del aborto ajeno. Para que los protejan tambien de los que critican al señor presidente de los EEUU y a los dictadores necesarios y sobre todo de los malos pensamientos y de todo pensamiento. Amen.
Porque los propietarios de esos miedos también suelen ser buenos educadores con una gran vocación de servicio y entonces, temerosos de vivir en soledad con sus terrores diurnos y nocturnos, precisan esparcirlos a diestra y siniestra, mas a la primera que a la segunda, y quieren prevenirnos de los peligros que nos acechan a la vuelta de cada esquina. Necesitan que sepamos de una vez por todas que el mundo es un sitio peligroso y que en cualquier lugar los malos pueden estar esperando por nosotros: ciudadanos honestos, padres y madres de familia temerosos de dios, amantes de la patria y la propiedad privada. Deben enseñarnos que el enemigo puede estar acechando, escondido entre las páginas de un periódico, de una revista o de un libro cualquiera.
Como todos sabemos- o con buen tino nos han enseñado- el mal se esconde en los lugares mas diversos: la juventud es uno de sus lugares predilectos, y eso cualquiera puede comprobarlo simplemente observando la conducta licenciosa y provocativa que los caracteriza, sobre todo la de los últimos tiempos, aunque no sepamos bien cuando empezaron estos a ser los últimos. Esta juventud, compuesta por los hijos de los otros- los nuestros han sido bien educados- que andan por el mundo con su lógica recién estrenada, acusando de hipócritas a sus padres, a sus maestros, a sus lideres religiosos o a sus gobernantes, sin entender que estos hacen enormes y desinteresados sacrificios por lograr su felicidad- la de los jóvenes- que no se malentienda.
Es bien sabido- después de que nos lo hacen saber- que las villas de emergencia, o miseria, que suena mas adecuado, son el reducto favorito del mal en todas sus formas: habitados por hombres, mujeres y muchísimos niños, hijos de la promiscuidad que eligieron esta forma de vida con la única finalidad de no pagar impuestos, ni luz, ni agua, ni las cuotas de la medicina prepaga, ni las expensas de un condominio, ni las tasas de alumbrado, barrido y limpieza que pagamos los ciudadanos decentes de este país. Además, por supuesto que les encanta transitar esas callejuelas llenas de barro y suciedad, lavarse en una palangana con el agua obtenida en la fila de una canilla comúnitaria, hacer sus necesidades en un agujero maloliente, vivir hacinados en una pieza única (donde no faltan el plasma de 42 pulgadas y el poderoso equipo de música) con cuatro chapas por techo y una cortina por puerta, dios nos libre.
Entre los homosexuales el mal no necesita esconderse pues es demasiado visible, por eso los temerosos nos educan desde niños a huir de la presencia de uno de estos monstruos aberrantes que suelen hacer caer en sus perversas garras a nuestros hijos, hijas, hermanos, hermanas, maridos, esposas, tíos, tías, madres, padres, abuelos, abuelas, cuñados, cuñadas, yernos, nueras, novias, prometidos o amantes, y que se exponen a la discriminación, a la burla, a las penas siempre poco rigurosas y al rechazo de la sociedad, con tal de lograr sus fines contrarios a las leyes divinas y de la naturaleza, temamos.
En honor a la brevedad y sin animo de ser exhaustivo, diré que también nos enseñan que debemos temer a los países pobres o en vías de serlo, aun cuando el nuestro sea uno de ellos, ya que es de público conocimiento que muchos de sus habitantes tienen la mala costumbre de cruzar nuestras fronteras para mostrarnos sus miserias, quitarnos nuestros trabajos y violar a nuestras mujeres, por lo general con su consentimiento- el de las mujeres- que no se malentienda.
Como parte de su amplia labor didáctica, nos aleccionan sobre el temor a la ciencia que inventa los preservativos y la píldora del día después, cuando todos sabemos o deberíamos saberlo, que la castidad y la abstinencia son una solución al alcance de la mano. Nos dicen que debemos asustarnos de los sidosos que andan con sus secreciones y sus jeringas cargadas intentando contagiarnos, y de los obreros que pretenden ganar mas que sus patrones y no dudan en interrumpir nuestro tránsito y nuestra tranquilidad de conciencia, de los niños que nos recuerdan el paso de los años, de los psicólogos que nos asustan con las culpas del pasado y de los viejos que nos amenazan con la decrepitud del futuro. De los discapacitados que aumentan el gasto publico, de los mendigos que afean las aceras y de los gordos que las obstruyen. Aterroricémonos de los budistas y los musulmanes, y los taoístas y los hinduistas y los animistas y los sintoístas que nos quieren vender sus dioses falsos y de los agnósticos que pretenden inocularnos la semilla de la duda, y más aun de los ateos que nos atacan arteramente con su impiadosa certeza. Otra vez: amen.
Pero, los cultores del miedo no temen por deporte ni porque les resulte mas cómodo o mas placentero, nada de eso, temen porque como dice el dicho popular; “el miedo no es tonto” y ellos, por supuesto, no lo son. Temen y esparcen sus temores para hacer prevención primaria, para que, como en la moderna guerra preventiva, nos defendamos antes de ser atacados.
Por suerte este mundo, a pesar de sus imperfecciones, nos brinda un arsenal completo de armas de todo tipo, más o menos sofisticadas, con las cuales enfrentar y conjurar el mal que nos acecha. Si no fui exhaustivo con los peligros que alimentan los temores, tampoco voy a serlo con las defensas de que disponemos para luchar contra ellos- contra los peligros y no contra los miedos- que no se malentienda.
Los countries, o barrios privados, dotados de cámaras de vigilancia y cercas electrificadas son una buena opción, siempre y cuando no tengamos que salir de ellos, ya que los vehículos blindados son muy caros y pesados, además de antiestéticos. De los perros y las armas livianas ya hablamos al principio, pero no esta demás tenerlos en cuenta. Tampoco debemos olvidarnos de las leyes, elemento este de gran utilidad, con algunas modificaciones, si es que algunos instrumentos indispensables no han sido contempladas en ellas, tales como: La detención preventiva por portacion de rostro o aspecto desaliñado, la prisión por tiempo indeterminado en caso de sospecha -fundada, por supuesto – o los mal llamados apremios ilegales, los cuales, a partir de su legitimación perderían esta ultima calificación tan despectiva y se evitaría, además, que sean confundidos con la tortura. No debemos dejar de lado la pena de muerte, con la salvedad de que debe ser aplicada solo en caso de necesidad. La censura, aplicada correcta y mesuradamente a los medios de comunicación, a los libros, revistas y a cualquier otra forma de expresión popular es una herramienta de las mejores para conjurar los miedos y evitar la difusión de pensamientos, imágenes o manifestaciones contrarias a nuestra seguridad, nuestra moral y nuestras queridas y buenas costumbres.
Para terminar, digamos que los propietarios del miedo, o de todos los miedos, no son partidarios de la violencia o la agresión, motivo por el cual piensan que todos los problemas de este mundo se solucionan en una mesa de dialogo. Es por esto que siempre están dispuestos a hacerlo con quien sea necesario, aun con los malvados. Pero - siempre hay un pero que nos complica - estos últimos no siempre se avienen a entender razones. Es entonces que, por vía de necesidad, se hace inevitable el uso de algún medio más o menos persuasivo para convencerlos de su error. Más policías en las calles, más militares con sus tanques, mas guardias públicos y privados, uno que otro dictador de buen corazón, algunos presidentes comprometidos en la lucha antiterrorista, medios de comunicación que defiendan a las dóciles democracias y a las dictaduras sensibles, unos cuantos mísiles inteligentes y precisos, dos o tres armas de destrucción masiva - en buenas manos, por supuesto- unos pocos daños colaterales, varias empresas comprometidas con la libertad y muchos contribuyentes responsables de sus obligaciones son el mejor arsenal de que se puede disponer para asegurar de una vez por todas la paz y la prosperidad tan deseadas -por todos- que no se malentienda.
Y por último, conclusión obligada: Debo tener miedo de mi mismo.
Otra vez, amen.
